¿Cuál es la manera más rápida de quedar en evidencia si uno se dedica al periodismo musical? La respuesta es yendo a un programa en directo donde se supone que podrías pegarte el moco y decir «paso» una vez detrás de otra, así, compulsivamente, con la boca cada vez más pequeña y el ánimo haciendo trizas tu ego, minuto a minuto: Paso. Paso. Passss-o. Pa-su. Paaaas… mmm… uh Ejem. ¿Agua? Gracias. Sí, eso, que paso.
Fue lo que hice el otro día. Tuve el valor de pasarme, sí, pasarme (¡y ya está bien de risitas!), por Fransansisco, ese espacio radiofónico en Ciutat Vella al que oí que atribuían un gusto exquisito y que creí que conducían buenas personas, gente honrada como tú y como yo, de la calle, del día a día haciendo un triste menú plastificado a mitad de precio frente a una muda pared color salmón. Gente que monta un quiz musical así para pasar el rato entre amigos. Amantes de las buenas canciones de todas las épocas.
Pero acabó siendo un mar de colinas infernales rodeadas de niebla nauseabunda donde no quedó títere con cabeza. La cosa fue tal que así:
Nos citaron a mi compañero del curro y a mí después de semanas de bonitas promesas, nos ataron las manos y los pies y nos pusieron delante de unos micrófonos muy malditos y muy rojos, que emitían unas ondas extrañas y paralizaban cada una de nuestras neuronas en cuanto les poníamos la vista encima para contestar. Lo que os digo. Estábamos a punto de decir la respuesta correcta, así con todo el entusiasmo del mundo, y ¡pum!: «¡Te vas a comerrrr un ca-rrra-jo!», nos decían mentalmente los micrófonos. Y de la peor de las maneras: en cámara lenta. Sin poder hacer nada, ni pestañear de la impresión que nos daban, que era mucha, sólo nos salía de la boca un frustrado y frustrante «PASO». ¡¡Aquello era un despropósito!! ¡¡Peor que dar mal las campanadas en Fin de Año sin que sea tu culpa!!
A los presentadores les brillaba misteriosamente el colmillo derecho después de cada pregunta, sí, sí, sí, que no es broma. Ellos siempre amenazantes, ¡¡¡siempre amenazantes!!! Así con una media sonrisa de listos relistos… y tan pálidos… ¡Pánico que daban! Y luego dejaban que su risa explotase malvadamente cada vez que fallábamos, golpeando la mesa, apretándose la barriga y tronchándose y atragantándose en plan mal educados, con sus escupitajos lloviendo sobre nosotros… Y el público venga a aplaudir, agitado y eufórico, como si aquello fuera un circo romano y quisieran que nos arrancaran la piel a tiras. Igualito. Fue tan terrorífico… Lo pienso y se me montan las cervicales: nosotros dos, mientras, chorreando en sudor y con espasmos de ansiedad pura, queriendo alcanzar los cristales que daban a la calle, aporrearlos, romperlos para que nos rescatara alguien piadoso. Hubiéramos salido de allí fritando leches, pero las sillas también sabían hacer de las suyas. Las sillas pueden ser mu perversas y mu hijaputas… Lo empezamos a notar desde el principio. Mientras más fallábamos, más subía la temperatura del asiento. Condenado radiador que parecía que llevaban dentro… ¡A mala idea funcionaban esas sillas! Acabamos oyéndonos las pompas. «¡Tengo el culo como un mandril!», llegué a soltar. Pero me censuraron.
Que si cuál es el nombre de esta canción, que si qué miembro de los Ramones queda vivo, que cuántos minutos dura el tema de éste, que cuántas cucharadas de azúcar se pone cada mañana Antoñito rockstar… Sólo dejaron que continuáramos la letra de la canción más fácil de los Planetas y un par de cositas más, así para que no se notase que estaba todo amañado. ¡Y nos lo sabíamos todo! ¡Pero todo! Sabíamos que nuestra dignidad, quizá, si me atrevo a decirlo, la reputación de todo un equipo, estaba en juego. Nos lo habíamos preparado a conciencia leyendo en la wikipedia las aventuras y desventuras de todos y cada uno de los miembros del Hall of Fame, viendo todos los Top of de Pops habidos y por haber, reteniendo página a página todos los rockdeluses y pitchforks y playgrounds y superpopes. Ah, pero se les vio el plumero cuando mi compañero de tortura se quedó sin poder soltar prenda ante una canción de Kiko Veneno, la de Joselito. Creo que entre el público una chica se compadeció de él. Le miraba misericordiosa y alcancé a escucharle por lo bajini un «vammmmmos, cántala». Y nada. Imposible. Ni con Joselito. Cuando un micro te dice «te vas a comerrrrr un carrr-a-jo» a camara lenta ya sabes lo que hay, y más en directo. A mí me dejaron cantar una de Neil Young, pero porque no puntuaba.
En fin, que terminó el programa y ala, ¡como si nada! Nos dieron una bolsita de regalo y para casa. Ahí quedaba eso, con la marcha que llevábamos antes de entrar ya esparcida por los suelos, habiendo quedado a la altura del betún. Ninguno de los dos daba crédito. No podíamos ni expresar nuestro pesar. El influjo ése seguía rondando. Por supuesto los micrófonos se quedaron la mar de contentos, tan quietecitos y esponjosos ellos, contosusmuela… A los presentadores acabé por perdonarles tres minutos y medio después porque la bolsa era chula y porque sé que también estaban poseidos por esas alcachofas coloradas energúmenas. Pensé en ir un día en horario diferido y arrancarlas de cuajo para darles su merecido y dejarles con los cables colgando. Aunque ahora he asumido que está bien aprender a decir «paso», alto y claro: PASO. Probad a decirlo conmigo, ¡sin miedo! ¡Vamos, hombre!: ¡PASO! ¿Y queréis saber cómo llegué a esa conclusión? Pues eso: teniendo el coraje de colgar esto que viene a continuación aquí y riéndome de mi plan cortado recortado y «pasota» a tope.
PD: No me he inventado nada. Si queréis comprobar la falta de escrúpulos de la marca de micrófonos en cuestión ante dos ingenuos invitados podéis escuchar Fransansisco cada martes a las 21h en Radio Ciutat Vella y a través de su tumblr. Allí, más allá de sus tremebundos quizs, también podréis disfrutar, eso sí, de una música sin parangón.
Posted on noviembre 9, 2012
0