Con la llegada de la Navidad me han entrado ganas de enseñaros los sitios que he visitado últimamte relacionados con la decoración. Tal vez os pueda venir bien a la hora de hacer algún regalo bonito este año. Si os gustó la entrada «Detalles caseros a raíz de un cactus«, lo que sigue es su continuación.
Esta historia comienza en Alzira, una tienda con la que guardo un vínculo muy especial desde hace alrededor de tres años. Llegué a ella precisamente después de ver durante días en su escaparate un posible regalo resultón para estas fechas: una bandeja de madera pintada. Cuando entras en un sitio y antes de que te decidas se cuela alguien, mira y remira tu objeto de deseo y pregunta el precio, se te afilan los dientes. Es el efecto maruja de las rebajas. Quieres sacar el hacha de guerra y decir que lo viste primero, pero te comportas y esperas, esperas mientras la mala leche te reconcome. Tuve suerte: el cliente inoportuno se piró, puede que por la mirada inquisitiva que le eché, no lo puedo negar. El caso es que justo después de decidirme a comprar la bandeja se me apareció el maestro Miyagi repitiendo eso de «Dar cera, pulir cera» unas setecientas veces comprimidas, y pensé que ser aprendiz me haría fuerte en época de paro. Guerrero paciente, guerrero sabio. Miré el taller que tenían al fondo y lo vi claro: lijar madera debía ser un coñazo potenciador de pinzamientos para alguien que hace la misma faena día tras días.
Sin poder sujetar las palabras dentro de mi boca, me ofrecí como ayudante para hacer las tareas que más pereza le pudieran dar a la dueña de la tienda. Tras unos segundos de perplejidad mutua, fijó su mirada en mí y dijo: «Suelo cobrar por enseñar a restaurar muebles…». Pasaron tres microsegundos más y concluyó: «Pero me has caído bien. Vuelve después de Navidades y empezamos». La dueña se llama Mónica, y me acabó enseñado tantas cosas que a día de hoy soy la basurillas con más visión de futuro de mi barrio, por lo menos cuando toca sacar los trastos viejos a la calle y me coge subiendo la cuesta.
Alzira está en el número 42 de la calle Verdi de Barcelona. Lo que más me gusta de ella es la filosofía de trabajo que tiene Mónica. Siempre dice que mientras más reparación y más barniz se le eche a un mueble, peor queda. Hay que restaurarlo con respeto, en su justa medida, o acabará siendo un mueble aburrido y sin vida. Por eso abundan en su local las tocineras de pino basto retocadas con un poco de aceite y las cajoneras de metal industrial sin repintar.También lo tiene repleto de cacharritos de cristal, adornos retro y un montón de objetos curiosos.
Los precios de Alzira son bastante razonables, todo hay que decirlo. Y es que si hay algo que me revienta de las tiendas de muebles de segunda mano es ver cómo inflan el valor de las cosas sin siquiera darles un limpiadito. ¿Un ejemplo? La tienda Oh La La del centro de Barcelona. Hace relativamente poco que ha empezado a apostar más fuerte por los muebles vintage. Un año atrás podías encontrar allí apenas tres gangas que parecían no estar ni en venta, como si sólo las hubieran puesto como atrezzo sobre el que posar zapatos, bolsos y pañuelos usados.
Pero para tiendas de restauración caras lo mejor es darse un paseo por l’Eixample. ¿Habéis visto la foto de los vasos de colores de Alzira que he puesto arriba? Pues hace poco vi unos prácticamente iguales en Magnolia Antic, un bonito reducto de sofisticación chic. Pregunté por ellos y la respuesta fue fulminante: «Son de Tiffany’s y están hechos con polvo de oro. Valen 99 euros cada uno». Ejem, joder con la purpurina… ¡Como para ponerte un whisky y que se te caiga! En Magnolia te sigue la dependienta por todos lados como si fueras a mangar algo en cualquier momento. No sé, un mantel de hilo o un tenedor de plata, un tocado de esos raros o un vasito de cristal… Hay que ir con el ego un poco subido, os lo digo ya. No me dejaron sacar fotos, pero así y todo, fueron bastante amables. No tuvo que aparecer Richard Gere media hora antes para decir eso de «quiero que le hagan más la pelota».
En l’Eixample encontré otra tienda algo menos de mírame y no me toques: la de Mavi Lizan, en la calle París número 202. Lleva unos diez años abierta. Apenas restauran en su taller, se dedican más a la venta directa. Entre las cosas más interesantes que vi estaban unas mesas bodegueras plegables y un montón de lámparas de aplique y araña con colgajos de colores que por lo visto encontró la dueña en un anticuario que cerraba. Su ayudante es una apasionada de la fotografía y su trato fue estupendo. Me quedo con eso.
Cambiando de tema, hace algunas semanas me acreditaron para ir a ver la última edión de Casa Decor Barcelona. Lo curiosos es que en las dos cocinas que más me gustaron quedaba clara la importancia del reciclaje como forma de estilo:
Por eso pienso que el éxito que están teniendo los talleres de autorreparación de la propuesta Millor Que Nou (Mejor que nuevo) no ha hecho más que empezar. No sé cuántos hay. Sólo conozco el de la calle Sepúlveda. En él se ofrecen sesiones teóricas y prácticas de dos horas y media conducidas por un profesional, y puedes aprender desde restauración básica, hasta ebanistería, costura y electrónica. Es una opción genial para cuando te encuentras un mueble hecho polvo y no sabes ni cómo ni dónde arreglarlo. Lo llevas allí y vas yendo cuando puedes para que te enseñen los mejores remedios con todas las herramientas que te hagan falta. ¡Y es gratis total, qué más queréis!
Con cosas así, lo de irse a los Encantes Viejos a buscar chatarra puede ser una idea brillante. Mirad las butaquitas horteras de vieja revieja que pillé yo en la tienda de Ignasi hace unos días. No digo el precio porque son el regalo de cumpleaños de mi hermana para su nueva casa (¡¡¡Felicidades, Nata!! Vaya cómo me pillaste la sorpresa…;) ), pero os aseguro que son un chollo. Y si encima logré meterlas en un taxi para sorpresa de los incrédulos trasportistas que te cobran un ojo de la cara… ¡Cara la que se les quedó cuando cerró la puerta! ¡No veas si me ahorré pasta! Fui a recogerlas un jueves, estando los Encantes cerrados. Me sorprendió mucho ver la esplanada así de desierta, justo un día después de estar allí sorteando obstáculos entre gente apelotonada y un griterío atroz.
Para dejar de eternizar este post, me gustaría acabarlo hablando de dos personas que son todo un ejemplo del DIY. Se llaman Mar y Jerónimo, y desde hace cerca de cinco años abren las puertas de su jardín en la Alameda de Hércules sevillana para vender plantitas muy curiosas. Son una simpática pareja con un niño muy espabilao y una gata llamada Misi que se camufla entre los tiestos. Dan muy buen rollo. Tienen su casa abierta de par en par con una mesa en la entrada llena de pequeñas cosas a medio hacer, y venden cactus y otros verdes colgantes, jaulas con escenas zoológicas en miniatura, pienso para perros y zapatos de tacón funcionales. La Mar de Flores, que así es como se llama su negocio, es casi una versión estrambótica del patio andaluz. Mar se ríe cuando se lo comento. Dice que Almodóvar le gusta mucho. Y no hace falta que lo jure. Con las fotos del que es su gran hobby me despido (os aconsejo que pinchéis en ellas para poder ver en grande la cantidad de chuminadas que esconden). No me quiero quedar sin desearos antes una feliz Navidad y un próspero año nuevo. Por cierto, no sé si sobra decirlo: No os olvidéis de estrenarlo comiendo lentejas, ¡que trae buena suerte!
Rocío Gallo
enero 1, 2012
Hola!, me han gustado mucho tus pensamientos, vaya sitios más bonitos que conoces, a ver si me quito el polvo de la dehesa y tiro para Barcelona a recorrer calles contigo.
Rocío Gallo.
Lenteja Lunar
enero 3, 2012
Pues ya tengo ganas de que te decidas a hacerlo, Ro!!! Te prepararé un recorrido a la carta en cuanto me lo digas. Gracias por tu comentario, que me ilusiona mucho!!