Quintero, flamenco y TV: primera impresión

Posted on noviembre 16, 2010

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Resulta que hoy se reunía en Nairobi la Comisión del Patrimonio Inmaterial de la Unesco para evaluar más de cincuenta candidaturas para ser Patrimonio Cultural de la Humanidad, entre entre ellas, el flamenco. La decisión se sabrá mañana martes (bueno, hoy ya). A raíz de eso, el periodista Jesús Quintero, el Loco de la Colina para el común de los mortales, decidió reunir hace unos días a las más altas esferas de la política y la cultura andaluzas en el teatro que regenta en la calle Cuna de Sevilla, con alfombra roja incluida. ¿Para qué? Para grabar un programa dedicado al arte jondo que puede hacer historia o que puede reventar en un abrir y cerrar de ojos, aunque no lo creo. Veamos: la historia se llama El sol, la sal y el son, y lo presentan nada menos que el mismo Quintero y Fran Rivera, el torero (sí, sí, no es broma. Hoy he visto el estreno a través de internet y no daba crédito). Esto último ha sido todo un bombazo en los foros dedicados al flamenco, y lo cierto es que las malas lenguas deben estar hoy hinchadas hinchadas, porque el hijo de Paquirri lo ha hecho francamente mal. La verdad, no le quiero quitar mérito a su afición, pero para comunicar con eso no es suficiente. El pobre leía la hoja a un ritmo horroroso mientras su ex suegra le miraba, y no he sabido qué pensar. El oportunismo de una cara bonita para ganar audiencia desacredita a este programa desde el primer momento. Quintero ponía poesía, y Rivera, amparándose en que el toreo y el flamenco siempre han ido de la mano, intentaba salir del paso como podía como si del discurso de fin de curso se tratase. Lo he pasado mal por él, y pienso en cómo se ha podido dejar convencer…
En fin, pasando al flamenco, que es lo importante en el fondo, diré que este programa abre todo un horizonte a la televisión andaluza. Quintero ha estrenado su programa con las actuaciones de la gala en su teatro homónimo y algunas imágenes de archivo que no tienen precio, entre ellas las de Camarón en el festivalde Montreux presentado por Quincy Jones, la del Beni de Cádiz hablando con toda su guasa o la del propio periodista caminando por las calles del Alosno ciego perdido con Paco Toronjo. «¡Qué papa más grande…!», ha comentado después frente al público de unas feísimas gradas polideportivas casi en su conocido tono majestuoso. Momentos grandes los ha habido, y en directo, todo un reto, entre ellos el de Arcángel por fandangos a propósito de las calles del Alosno; Rocío Molina dando esos giros meteóricos mientras la Tremendita le cantaba; Poveda, más en la introducción del programa alrededor de una mesa junto a otros invitados que en ese homenaje que ha hecho a los grandes maestros del género que ya no están. Dorantes me ha gustado por las tres niñas que le acompañaban cantando, que ya indagaré a ver quiénes son (eran como la inocencia cumbre del género pero apuntando maneras llenas de fiereza. Geniales, y qué pequeñas, por Dios…). Lo mismo haré con el rapero con gafas de sol que ha acompañado a Diego Carrasco para darle la nota posmoderna al programa (o para dar la nota, a secas, podrían decir muchos). Mientras Carrasco derrochaba la simpatía que le caracteriza (y que ha hecho que uno de los hermanos Morancos saltase de la grada y se arrancase bailando, ojalá que sin previo acuerdo), este nuevo personaje en mi universo musical iba repitiendo «yo sé que no suena cool, pero me gusta el toreo» y cerraba la actuación con un «two, one, two, check the sound, check the sound» que me ha matado. Como también me ha matado otra chica que no conocía y que parecía tomar prestada la pose de Alicia Keys frente a un piano de cola: María Toledo. Demasiado «ito», aunque valoro que toque ella sola y le eche coraje. Eso no lo hace todo el mundo. Lo que sí hacía todo el mundo (del público, quiero decir) era repetir lo mucho que le gustaba el flamenco en los momentos de intermedio sobre la alfombra roja, y eso sí que era para morirse. Ni uno creo que haya dicho nada que no fuera una frase hecha híper manida, todo con el subtítulo de ‘Flamenco, patrimonia del alma’ (ole esa poesía bonita).
Sigo con las actuaciones mejor. Al Lebrijano, cuya entrada ha presentado un emocionado Arcángel diciendo esa frase con la que obsequió al gitano rubio García Márquez («cuando El Lebrijano canta se moja el agua»), le he visto algo flojo mientras cantaba ‘Dame la libertad’, una de las canciones que siempre me han teletransportado por arte de magia. ¿Estaba incómodo? Luego, leyendo el blog de Manuel Bohórquez, he sabido que era una de las pocas participaciones grabadas de la gala. La espontaneidad ha estado servida de la mano de Pastora Galván, que le ha echado un desparpajo contra los cánones muy refrescante. Sus movimientos surrealistas por momentos absurdos recuerdan a los de su hermano Israel, del que vi un documental en La 2 hace cosa de dos meses que me dejó atónita. Estuvo colgado unos días y lo perdí de vista. Desde entonces no dejo de pensar en él. Tengo que recuperarlo, fue un regalo para los sentidos.
Sigo: Pansequito, Falete junto a La Susi (me daba la sensación de que ¿se habían intercambiado los papeles?), Paco Cepero… La verdad es que ha sido muy variado, y espero que siga así la cosa. Visto el abanico de figuras imprescindibles que han pasado en por un solo programa, estar al tanto de cada capítulo de ‘El sol, la sal y el son’ puede valer mucho la pena; puede llegar, incluso, a convertirse en algo que deje huella en gente que ni se imaginaba que el flamenco le podría fascinar. En ese sentido, estaría bien que se incluyeran los palos que se interpretan en cada actuación. Ah, pero ahí entra esa doble cara de la moneda de todo lo que se tieñe de cultureta en Andalucía. Si para «enseñar» a los no entendidos hay que poner a un Fran Rivera leyendo folios sueltos bajo un foco, prefiero quedarme sin entender nada. La atracción por la música, por cualquier arte en general, no se compra así. Pero bueno, la función de las televisiones públicas en esto de educar a las audiencias es otro cantar.

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